viernes, 14 de octubre de 2011

Cuento de la libélula


Un hombre con corazón de metal se perdió un día por un gran bosque. Caminó y caminó pisando flores mientras buscaba la forma de regresar. Encontró así sin proponérselo un sendero escondido que decidió seguir por un extraño impulso. Al llegar al final vislumbró asombrado una  laguna justo en medio de un bello páramo custodiado por cuatro ancianos árboles de noble porte. En el centro del hermoso escenario una joven bailarina danzaba sobre la laguna, apenas rozando las aguas con la punta de los pies, con los ojos cerrados y el alma abierta. El hombre con corazón de metal quedó cautivado por tan mágica imagen, por ello decidió llevarse con él a la joven bailarina a su casa sin flores, también de metal. Allí le regaló  un elegante vestido de tela blanca de tul, y unos carísimos zapatitos de cristal . Construyó una lustrosa habitación redonda con un lago artificial de aguas oscuras y solitarias donde la obligó a danzar día y noche, porque mientras la miraba danzar el hombre sentía latir a su corazón de metal. Pero los corazones de metal no son más que réplicas de los verdaderos. No pueden aposentar en su interior sentimientos puros ni son capaces de sentir calidez ni de contener luz alguna. Por ello, al paso de los días, la joven bailarina sintió cómo su cuerpo iba enfriándose poco a poco, hasta que se convirtió en una estatua de hielo y no pudo bailar más. Se hundió tragada por aquellas aguas oscuras y solitarias e irremediablemente murió ahogada. El hombre con corazón de metal lloró por primera vez en su vida al verlo, sintiendo la culpa punzante en sus entrañas. Cogió en brazos el cuerpo sin vida de la bailarina y se dirigió al bosque, sin tener la certeza exacta de a donde le conducían sus temblorosos pasos entre la espesura. A través de la neblina de sus ojos distinguió el sendero, la laguna y los cuatro árboles que la custodiaban desde tiempos remotos. El hombre con corazón de metal decidió devolver el cuerpo de la joven a donde pertenecía su espíritu, con la esperanza de poder  aplacar el dolor de la culpa y la pérdida. Pero cuando los pies de la joven bailarina rozaron las aguas que antaño la vieron danzar, como en un sueño, su cuerpo se transformó en el de una bella libélula de color azul celeste, que se posó un breve momento encima del pecho del hombre para transformar su corazón en uno de verdad, y siguió danzando encima del agua, apenas rozándola, libre y solitaria, hasta el fin de los tiempos.

lunes, 3 de octubre de 2011

La lluvia sonrió

Las nubes la engendraron. Era lluvia y como tal estaba destinada a la reclusión, a la huida, a la soledad de los cristales por donde se deslizan las gotas, a la trágica comparación con las lágrimas. Era el destino ya trazado de su desdichado nacimiento y nada podia hacer para cambiar la naturaleza de su espíritu condenado a los días grises y a los pasos fugitivos de los viandantes. Menos aquel día. El mundo le regaló un instante, una mirada, un gesto. Todos corrían apresuradamente tras su aparición, pero una sombra permaneció quieta enmedio de la acera gris de la calle. Era apenas un trazo, una escuálida figura que parecía haber nacido de la trémula mano de un pintor con miedo a acabar sus obras. Indefinida y, sin embargo, con fuerza y luz, permanecía quieta en aquel lugar. La lluvia, asombrada, le acercó la mano, creyendo que huiría de su frío y húmedo tacto, como acostumbraba a pasar cada vez que tenia el impulso de acercarse tímidamente a alguien. La figura no solo no apartó el rostro, sino que incluso la miró a la cara, sonriendo. Seguido, cerró los ojos y alzó los brazos al cielo, aún con la sonrisa en el rostro. La lluvia, sobrecogida, deseó por primera vez detener su camino, sentarse y permanecer por siempre junto a aquella figura que aceptaba de forma tan maravillosa su desdichado legado de nubes y cielos oscuros. Deseaba peguntarle de donde procedía, de que libreta de artista había escapado para poder venir a su encuentro. "Apenas soy un trazo, apenas existo, pero soy lo bastante real como para vivir y, por ello, siento con más fuerza la vida. Tú también eres vida". Por primera vez, la lluvia sonrió.