viernes, 14 de octubre de 2011
Cuento de la libélula
lunes, 3 de octubre de 2011
La lluvia sonrió
Las nubes la engendraron. Era lluvia y como tal estaba destinada a la reclusión, a la huida, a la soledad de los cristales por donde se deslizan las gotas, a la trágica comparación con las lágrimas. Era el destino ya trazado de su desdichado nacimiento y nada podia hacer para cambiar la naturaleza de su espíritu condenado a los días grises y a los pasos fugitivos de los viandantes. Menos aquel día. El mundo le regaló un instante, una mirada, un gesto. Todos corrían apresuradamente tras su aparición, pero una sombra permaneció quieta enmedio de la acera gris de la calle. Era apenas un trazo, una escuálida figura que parecía haber nacido de la trémula mano de un pintor con miedo a acabar sus obras. Indefinida y, sin embargo, con fuerza y luz, permanecía quieta en aquel lugar. La lluvia, asombrada, le acercó la mano, creyendo que huiría de su frío y húmedo tacto, como acostumbraba a pasar cada vez que tenia el impulso de acercarse tímidamente a alguien. La figura no solo no apartó el rostro, sino que incluso la miró a la cara, sonriendo. Seguido, cerró los ojos y alzó los brazos al cielo, aún con la sonrisa en el rostro. La lluvia, sobrecogida, deseó por primera vez detener su camino, sentarse y permanecer por siempre junto a aquella figura que aceptaba de forma tan maravillosa su desdichado legado de nubes y cielos oscuros. Deseaba peguntarle de donde procedía, de que libreta de artista había escapado para poder venir a su encuentro. "Apenas soy un trazo, apenas existo, pero soy lo bastante real como para vivir y, por ello, siento con más fuerza la vida. Tú también eres vida". Por primera vez, la lluvia sonrió.
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