sábado, 27 de octubre de 2012

Ya no existen los extranjeros

El tren proclamó un grito lastimero antes de ponerse en rumbo. Mirando por la ventana un paisaje que iba descomponiéndose a medida que la velocidad aumentaba, la mujer alargaba sus dedos y empequeñecía sus pupilas. Las páginas del libro eran acariciadas con una ternura peligrosa, acecho de un caos que amenazaba con destruir en cualquier negro momento en que el alma rompiera en lágrimas.Se percibía la huida en la pose en tensión de las piernas. Lo que quedaba atrás nunca quedaría en el olvido, al igual que en la noche más oscura sentimos los pasos desconocidos acercándose sin llegar a pisar los nuestros. El eco de la miseria, las pesadillas, los días soleados que debieron ser grises. El lugar perdido podría ser ahora una utopía caída en decadencia, una Atlantis acallada por la ira de las aguas. Maquillaría sus vivencias como una prostituta oculta el último rastro de la sonrisa desdentada de la niña. Nadie soporta acariciarse con la reconocible ausencia. El anonimato acoge a cualquiera en su regazo, incluso a ella. La mujer se deshace, se disuelve. No quedará nada de sus cuentos. Sabe que el pago por escapar es alto: nunca más hablará. Este viaje se presenta despidiéndose. Es el fin de la existencia, la continuación de la vida. El principio virgen era imposible en alguien que ha visto tantas cosas que jamás serán contadas.

martes, 16 de octubre de 2012

Lucias misteriosa en la penumbra de aquel silencio abortado. La neblina difuminaba tu rostro; tu cuerpo nunca fue corpóreo. Tú nunca fuiste tú. No más de una imagen vista por mi mirada. Debí haberme acercado para comprobar si palpitabas por dentro. No me perdonaré jamás el no haberte advertido del peligro de vivir. Debí ejercer de brujo, y permitirte seguir siendo todo aquello que solamente tú podías ser. Eras una negación tan bellamente formulada, tan valiente en su combate contra lo impuesto.

domingo, 14 de octubre de 2012

Busca, busca, busca y no encuentra,
busca y pierde y siente
la carencia.

Yo no tengo palabras, paréntesis, apenas sé hablar sin hacer estallar la ira de algún académico.
Ni siquiera sé decir mi nombre sin tartamudear, sin dudar por un leve instante.
Los instantes me envuelven para posteriormente dejarme desnuda y fría. Mi piel no es cálida.
No sé nada más, no sé ni porqué no sé.
Guardo temores tan inmensos, tan profundos, que sin ellos no existiría.


Si quisiera despertar del paréntesis de este abrazo maltrecho ya sería lejano el momento en que hube perpetrado mi liberación.
Ni una sola línea más.