El viajero detuvo sus pasos delante de la vieja casa de madera situada en medio de la nada, donde la esencia del desierto vive latente en el ambiente gracias al soplo del viento del oeste. Su susurro es la voz que narra las historias de soledad de los que ya no tienen boca para contarlas. Llevando más allá de las montañas el eco resonante de sus palabras.
El viento. El mismo viento que sopla con fuerza golpeando el rostro del viajero, exigiéndole su secreto. Aquello que esconde, aquello que se ha traído consigo como único equipaje. Pero su boca permanece sellada, pues aún no es el momento para que su historia sea contada.
Aún no.
El viajero se sumerge en el entresijo de los recuerdos pasados.
"Debes irte hijo mío, pues tus pecados no podrán ser perdonados hasta que el tiempo se encarge de sanar las heridas. Ha partir de ahora ya no serás considerado fruto de mi vientre, ya no nos unirá ningún vínculo; serás borrado de mis recuerdos desgarrados por las garras de la muerte. Tu alma perdida deberá abandonar a los vivos del lugar que le vió nacer y crecer para poder purificarse y con suerte salvarse de la perdición.
Has de saber que vivirás como un fugitivo: siempre con la enfermedad de la nostalgia devorándote las entrañas. No llores hijo mío, ya no eres un niño; no has de llorar. Esta es la verdad, tu realidad. Yo no puedo cambiar las consecuencias de tus actos. Ni yo ni nadie puede perdonarte."
Sigue mirando fijamente la casa como si esta se tratara de un espejismo que en cualquier momento fuera a desaparecer. El miedo a que un paso en falso pudiera hacerle despertar del sueño paraliza cada uno de sus músculos:
"¿Es que no podré regresar jamás, madre? ¿Nunca más?"¿Cuando podré volver? ¿Cómo sabré el momento exacto?¡Madre...!"
La ve mientras cierra los ojos y arruga el entrecejo marcando, aún más si cabe, las arrugas de angustia y sufrimiento de tantas desgracias padecidas. Le habla por última vez y al hacerlo su voz, transformada, suena a la de una anciana de gran sabiduría, pero duro corazón:
"Vuelve a casa cuando tengas una historia que contar"
El silencio se apodera de su alma, y únicamente le permite la imagen de los ojos cerrados de la madre como compañia en el largo camino que ha de seguir sin sentir llamada alguna de éste.
A sus espaldas, una carga demasiado pesada para su débil espíritu. Cual árbol sin raices a punto de desplomarse contra la tierra que antaño le había amparado. ¡Tanto que ha recorrido! Sin embargo, tres simples pasos se convierten de repente en la más épica de las odiseas.
"Solo tres pasos...solo tres más..."
Uno, dos, tres.
Finalmente, abre la puerta al reencuentro con los fantasmas del ayer.