miércoles, 28 de diciembre de 2011

El reloj de bolsillo hace tic, tac, tic, tac, y la anciana, sujetándolo con fuerza, pierde su mirada en el eco de la monotonía del sonido. Las fotografías de la mesita de noche de al lado desplazan su mundo en blanco y negro al resto de la estancia. Los recuerdos se vuelven cuentos basados en experiencias pasadas, pero cuentos al fin y al cabo. La respiración enmudece lentamente, tal y como si cerrara los ojos en el justo momento en que se sucumbe al sueño. Las cortinas beige resplandecen doradas entre los bordes por donde la luz se asoma al interior de la cavernosa casa. El viento las mece suavemente, entrando a través del estrecho espacio abierto del ventanal. Una gaviota, afuera, abre el pico, pero su gorgoteo enmudece antes de poder llegar adentro. Todo parece desaparecer; el tic, tac del reloj, la respiración, el brillo en el iris de la anciana, la luz y el viento entre las cortinas. Todo se detiene. El tiempo ya no existe. La vida y los recuerdos de lo vivido ya no existen ¿Existieron realmente en algún momento?

martes, 27 de diciembre de 2011

la Musa

Ella es eterno otoño sin esperanza; encandila a las almas de los enamorados por lo melancólico, lo obscuro, lo bello que yace oculto en la decadencia rojiza del ocaso del día.
Jóvenes de mirada huidiza han sido presa de su embrujo al descubrirla en los remolinos de hojas secas bailando al canto del aire cálido. Acaricia sus frías mejillas tiernamente, pero siempre distante, siempre lejana e inalcanzable. Bajo el amparo de la noche estudia su esencia candente fascinada por el contraste de luces y sombras.
Envidia en secreto el descanso de los hombres, la capacidad de soñar y ver tras el cierre del ojo, porque ella no ha experimentado jamás dicha sensación. Nació del delirio de almas poéticas que la concibieron mezclando espejos fragmentados, los cuales guardan dentro de sí, en el reflejo borroso, la visión de anhelos quiméricos; está hecha de cuento y fábula, y siente en lamento la desesperación y el caos de los de corazón erosionado por la salitre de aguas salvajes atacando la orilla.
El dolor la ha vuelto sabía y triste, pues sabe que es culpable de propagar la enfermedad de la nostalgia a todo aquél cautivado por su funesta presencia, pero no puede escapar de la prisión de su naturaleza ni cumplir el deseo escondido de convertirse en mujer de barro y agua que camina y vive en la primavera del cuerpo fértil y palpable.
La propia musa desea en silencio ahogado ser mujer de carne dulce y salada, cabellera despeinada, facciones irregulares, piel esculpida en arena y no mármol impoluto; frágil y poderosa, mucho más que ella misma que a tantos hombres cautivados por su figura posee, ¡oh, cruel destino! La soledad la persigue y atormenta, pues su vientre es mustio y sus brazos nunca acunarán vida, ni su voz cantará con dulzura de madre, ni conocerá el suspiro fugaz que otorga la existencia física, ni se escuchará el grito de su alma rota de nacimiento. Su desdicha es muda: delante de tan terrible verdad le es prohibido expresar con lágrimas que afeen su rostro la desolación de saber que jamás podrá sentirse acogida en el calor de un abrazo repentino.

¡Poetas! ¡Dadle roja sangre y no más negra tinta!

domingo, 11 de diciembre de 2011

Hablo a la flor silvestre, al árbol de rojos frutos, al pájaro celeste.
Escucho al libro que susurra verdades sobre el sujeto libre.
Contemplo el misterio de la dulzura en las arrugas del mar inmortal.

Devoro el alimento prohibido con glotonería,
peligrosa cual diosa griega mostrando su
blanca y lasciva desnudez a doctrinas aterrorizadas
por el pecado.

¡Temblad! Porque siento, porque pienso.
¡Temblad! Porque me percato de lo invisible a la vista del fin del ocaso.

martes, 6 de diciembre de 2011

Cae el vaso encima del mantel. Agua.

Olvida las olas del mar acunando el océano, olvida las montañas nevadas, la chimenea encendida con los restos del bosque consumiéndose. Olvida la lluvia y los charcos y las gotas resbalando. Olvida las caricias y la sonrisa que te observa atrás en la fotografía. Olvida la música y el baile a la luz de la luna, con el humo de los cigarros subiendo hasta el techo. Olvida el sabor del azúcar, y el de las mandarinas recién recolectadas. Olvida las mariposas blancas escapándose de entre las manos al igual que las promesas acompañadas de sollozos.

Olvídate de todo.
No tienes voz,
ni cuerpo,
ni perdón.

Solo el agua del vaso empapando el mantel.