En medio de las ruinas de la ciudad muerta, rodeada de cadáveres que se creen aún en vida, en la más profunda desesperanza, allá, abandonada a su suerte, una niña espera inmóvil y en profundo silencio a que vengan en su busca.
El tiempo pasa sin piedad y ella espera y espera, pues prometió que así lo haria.
Desamparada ante las garras de las tinieblas, sus fauces monstruosas, pesadillas que la persiguen aún despierta, al final, sucumbe al terror; abre la boca para gritar pero no sale sonido alguno de ella. Su cara se contrae en una mueca de dolor. No le quedan fuerzas ni esperanzas. Débil, sin voz... Las sombras son las únicas que vienen a buscarla y ella permite que su frágil cuerpo sea arrastrado por éstas a las profundidades de las tinieblas.
Al menos, piensa, ya no estoy sola.