lunes, 31 de diciembre de 2012


Ahí estoy yo, niña y rueda que gira y gira, figuras de un escenario de irrealidades capaces de usurpar inocencias. Nunca fui acción, nunca hubo actuación. Yo nunca fui yo ¿Donde estoy? ¿Donde está el no-lugar del no-ser? ¿Donde se halla la negación?

miércoles, 26 de diciembre de 2012


Anhelo escribir hasta que llega el momento en que he de hacerlo,
chasquido de mi pecho que me empuja a donde no puedo pisar.
Anoche desperté solo para darme cuenta que nunca hubo un anoche,
el cartón quedó sin pintar, sonata columpio sin niño,
añoranza que se balancea en la ausencia; mis ausencias.
Me destroza este ver cómo tus huellas se alejan y las mías, cobardes, 
permanecen en la orilla impasible al grito del agua; tuyo y mío.
Ambos alargando extremidades para palpar la nada
y sujetarla en nuestra locura dulce y acogedora.
Pensé en llorar. No lloré. Mi sensibilidad ya solo reacciona a la simulación.


lunes, 24 de diciembre de 2012

Mi yo recompuesto

Yo no pedí ser creada.
Empieza el simulacro: el tú habla con el yo de un él ausente. Todos apelamos al engaño de una síntesis identitaria. Advierto: yo no escogí mi nombre, no fue una elección. Así pues, ¿qué puede esperarse de un principio opresor?
Repito: yo no pedí ser creada.
Este momento ya ha pasado, se retuerce hacía el presente, después el pretérito, y la espera futura acechante entorno al re.
Recreo reexperimentando un reencuentro recompuesto en la recreación. Erre que erre. Frustación de la escala musical.
Repito: yo no pedí ser creada.


miércoles, 19 de diciembre de 2012

Historia de una historia: el paréntesis

El hombre desierto y la mujer océano concibieron a una frágil niña, de nombre Janina. Libre y desdichada. El mar la arropó una única vez para que pudiera sentir nostalgia por el pasado. El viento, aquel viento acusador, jugó con sus cabellos para tener un rincón en su memoria. Janina caminó por ambos mundos buscando preguntas, rehuyendo respuestas. Sus pasos apenas dejan huella en la tierra; siempre olvida de donde viene, pero sus ojos recuerdan cada puesta de sol en penitencia por el día fallecido. También recuerda en los momentos en que se detiene en el camino para reencontrarse consigo misma la mirada oblicua de su padre, lo poco que recuerda de él a parte de una sombra desdibujándose en la playa. De su madre ni siquiera recuerda una silueta, pero sí unas manos pequeñas y blancas, similares a las suyas, sujetándola como a un objeto extraño. El resto se encuentra impregnado por el murmullo de un canto dirigido al Todo. La madre únicamente le dio la vida, un regalo o una maldición, ella no lo sabe. Sí sabe que el nombre lo escogió él.
La historia de Janina empieza antes de su nacimiento. No se ha alzado como figura central de su vida hasta ahora jamás contada. Al igual que todo principio, no guarda recuerdo. Empezó en la nada; una nada no arrelada en el vacío, sino en el desconocimiento.
Janina es la última extranjera; su soledad es física. No descifra los rasgos humanos, posiblemente por sus ausencias de niña herida. Cuando se encuentra con otro ser vagabundo se desconcierta y, temerosa, huye antes de poder intercambiar palabra. Nadie la ha oído hablar, aunque ella cree que sabe hacerlo, sobretodo en sueños. Janina habla, pero nunca con un tú que le responda; Janina se refugia en el misterio indescifrable de la pregunta muda. Permanece en el amparo del interrogante. Ella misma es un interrogante.

viernes, 14 de diciembre de 2012

Not I

Habitamos la tierra de los olvidados
entre rostros conocidos, rostros de nadie,
nuestros rostros: nuestros pasos.
y caen, caemos al no haber mundo que pisar.

martes, 11 de diciembre de 2012

La madre nunca habla y la hija teme el día en que lo haga. Recuerda un murmullo detrás de la cortina, una melodía abortada. Después el golpe del cuchillo encima de la encimera cortando tendones. Desaparece el murmullo. La hija vuelve a sumirse en la cotidianidad. De tanto callar olvidó la libertad del canto. Aquella mujer había sido cantante, artista de pies ligeros. Nadie recordaba esos pasos inquietos. Una muerte real.

sábado, 1 de diciembre de 2012

Spiegel

Me gusta el cristal. Su transparencia nos devuelve la misma imagen distinta. Puede ser frío, puede ser cálido, pero nunca por voluntad propia. Es lo que su forma hace que sea; tan poderoso, tan frágil. Cuando se rompe puede tener una muerte lenta, al paso de una grieta alargando sus garras, y ¡zas! caen y caen lo que antes había, fue, hubo sido, sin tener la verdad de ser. El cristal chilla al descomponerse y maldice. Su grito desgarra la carne, sus pedazos, esparcidos en la fugacidad de lo eterno, lloran. Restos melancólicos; restos de restos hundiéndose en la inexistencia.