domingo, 29 de enero de 2012

Bublitschki

Hay un hombre barriendo la calle con parsimonia y sencillez. Tararea una melodía con rostro a faldas ondeando al baile de pies descalzos. Sus arrugas dan voz a tiempos pasados, su canto al sonido oculto de las fotos en color sepia. Adentremonos en su frágil y bella existencia: educado en la contradicción de manos tensas, de fácil reacción violenta, y juegos callejeros, niños de risa rebelde y pícara. Infancia volátil y encantada. Al tararear su canción se refugia en su recuerdo, su sangre late. Padres de tez oscura y pasos inquietos le legaron la música. En su juventud rechazó la llamada de sus ancestros y de sus pies crecieron gruesas raíces que le hicieron árbol de chico tronco, apenas visible en la sombra amenazante de los altos rascacielos. La mirada habla de colores ya fallecidos: en su reflejo al sol reviven por un efímero momento, humo desapareciendo en la soledad del teatro cerrado. Tiene pocas palabras, es torpe en su manejo. Se dio cuenta rápidamente de que prefería vivir modestamente en el amparo de un trabajo que le permitiera existir sin ser visto. En su escenario diario comparte tímidamente con el mundo lo único que realmente posee: la música del nómada.

lunes, 16 de enero de 2012

Urbe insaciable

El hombre que era más sombra que hombre caminaba sin rumbo por desérticas calles mal iluminadas. La ciudad había ido diluyendo su contorno, acortando su respiración, engullendo sus sentidos. Y él lo había permitido. No había tenido opción, se lo habían repetido insistentemente. El hormigón necesita mezclarse con sangre y lágrimas para ser construido, las fábricas necesitan de su esencia para convertirla en el denso humo gris que le hace toser a veces por las noches. La ciudad está tan muerta que necesita más de la vida que ellos mismos, que ya nacieron con ella. Él sabía todo eso. Todos los que vivían ahí lo sabían."¡El sacrificio! ¡El sacrificio!" repetían los altavoces por todas las calles, varías veces al día. Al sonar, la gente solía mirar movidos por un acto reflejo a las sombras que antaño habían sido hombres y mujeres sin poder evitar sentir un desmesurado respeto hacía sus consumidas personas. Todos desean ser admirados. Él lo sabía. Solía entrar voluntariamente en los conductos subterráneos donde se transportaban sus cuerpos a gran velocidad por todas las entrañas de la ciudad para ser alimentada. Quizás, por ello, aprovechaba las noches para caminar encima. En secreto se buscaba en el paisaje, entre edificios y máquinas oxidadas. Pero éso era algo de todo aquello que ya no sabía. Esperaba con impaciencia el preciso instante en que dejase atrás lo poco de hombre que le quedaba para convertirse en sombra del todo. Entonces la ciudad lo ampararía en un abrazo maternal y dejaría de sentirse un extraño más dentro de ella, como un hijo no querido. "El rechazo es el castigo para los que se dejan gobernar por la imperfección del vivir humano y no entregan sus cuidados a la urbe", así lo habían ido repitiendo insistentemente entidades de rostro anónimo subidas a elegantes tribunas.
Atrás había quedado solo y abandonado el niño de risa fácil que había sido, jugando entre espigas; el joven de palabras atropelladas, cargadas de ilusión, y aquel hombre de antaño, ya desconocido, que un día quedóse cautivado con la visión de una hoja otoñal desprendiéndose del árbol como una lágrima traicionera. La sombra que era solo sombra y no hombre caminaba delante de todos ellos, sin mirar ni atrás ni adelante. Sin mirar ni saber.

lunes, 2 de enero de 2012

Poema en la noche

Cierra los ojos y ve luciérnagas de luz azul iluminando la oscuridad de su sueño, como siempre, pero nadie le cree. Se incorpora del lecho y mira desorientado a su alrededor: la ventana muestra el manto nocturno tiznado del tímido brillo de las estrellas. Hoy no hay luna. Se acerca, tambaleándose, al escritorio inundado de papeles amarillentos, desordenados y arrugados; coge uno de ellos, lo despliega y aplana hasta devolverlo a unas condiciones decentes, y empieza a recitar; primero susurrando, jugando con el silencio, y, lentamente, sube el tono de voz e inunda el cuarto de palabras:

"Las luciérnagas alumbrarán el camino inhóspito de los que sienten lo invisible: la sonrisa solitaria de la Luna."

Repite una y otra vez lo escrito. Y finalmente se desploma de rodillas al suelo, exhausto, aletargado, vacío.